Turkana es un rincón del noroeste de Kenia que impresiona por su inmensidad y su dureza: tierra seca, calor abrasador y poblados en los que en algunos se carece de agua potable. Allí viven alrededor de 340.000 personas, en su mayoría nómadas o seminómadas que se dedican al pastoreo.

Hasta este lugar llegó un grupo de voluntarias de la mano de AMAP —sanitarias y terapeutas ocupacionales— cargadas de ilusión, medicinas, material escolar, juguetes y, sobre todo, ganas de compartir y ayudar. Entre ellas, Paula, Miriam y Alicia que en esta sesión de Culturearte nos contaron lo que significó para ellas esta experiencia.

Durante su estancia se alojaron en la Misión, que acoge a unos 200 niños y niñas durante nueve meses al año. Allí los pequeños encuentran lo que en sus poblados falta: una cama, tres comidas al día, agua potable y la oportunidad de ir a la escuela.

Junto a las dos únicas enfermeras que atienden a toda la región, nuestras voluntarias recorrieron siete campamentos, ofreciendo asistencia a unas 420 personas. Ayudaron en diagnósticos, distribución de medicamentos y controles de tensión.

Uno de los logros que recuerdan fue la creación de un grupo de mujeres en un entorno donde ellas apenas tienen voz. Allí se trabajaron temas esenciales: higiene, embarazo, parto, cuidados del recién nacido, lactancia y vínculo madre-bebé.

Desde la terapia ocupacional también se abrió un espacio seguro para hablar de salud mental. En una sociedad donde las mujeres soportan todo el peso de la vida en el poblado y que incluso recurren al alcohol como única vía de escape, aprender técnicas de relajación y respiración supuso un respiro y una semilla de esperanza. Estos grupos siguen vivos hoy, lo que demuestra su necesidad y buena acogida.

En este viaje también hubo momentos para compartir desde la alegría: clases de español, una fiesta de fin de curso y hasta sesiones de baile. Porque el voluntariado no solo cura cuerpos, también fortalece corazones.